PRODUCCIÓN REFLEXIVA

TEXTO

LA EDUCACIÓN ARTÍSTICA ES UNA ESTAFA (SIN ESTAFADORES)

> Oscar Santillán

Hoy, la educación universitaria en artes visuales es un despropósito normalizado; es común que los estudiantes se gradúen sin haber desarrollado competencias relevantes, en su lugar recitan mantras de insufrible moralismo llamados “discurso crítico”, las escuelas de arte son gerenciadas por una burocracia arrogante e inútil, y el destino profesional de los graduados es la desocupación. Pretender que este panorama sea justificable me parece, en el mejor de los casos, torpe y, en el peor, negligente. Es importante saber cómo llegamos aquí y, así mismo, tratar de ir más allá del diagnóstico, o sea, ensuciarnos las manos buscando respuestas.

Empecemos con un par de aclaraciones que aunque puedan resultar un tanto obvias son necesarias:

Primero, hay que diferenciar el arte como práctica (aquello que hacemos los artistas, historiadores, educadores, galeristas, gestores, curadores, etc.) de el arte como sistema (aquello que llamamos “el mundo del arte”, que se refiere al sistema de circulación y legitimación artística compuesto por galerías, museos, ferias, universidades, etc.). Ambos son codependientes pero no siempre son las dos manos de un mismo cuerpo; o sea, hay unas instancias en las que se complementan y hay otras en las que actúan independientemente, e incluso pueden llegar a ser antagónicos, sino recordemos el espíritu de los manifiestos modernos que acusaban al sistema de ser vetusto, o, más recientemente, a los reclamos de colegas feministas y activistas de diversas minorías históricamente excluidas que vienen impulsando procesos para tener acceso más justo a las instituciones artísticas, o, pensemos en las innumerables creadoras que tienen una práctica artística activa pese a que su trabajo es apenas exhibido. Entonces, mi texto se va a referir al arte como sistema (el mundo del arte), y más específicamente se va a referir a un particular nicho dentro del mismo, la educación formal en artes visuales que se da en las universidades.

Esto me lleva a la segunda aclaración, también la educación artística puede ser comprendida de dos maneras: la educación emancipatoria que apunta hacia el autodescubrimiento y el relacionamiento (Camnitzer es nuestro referente en esto), y, por otro lado, la educación formal que tiene la promesa implícita de ser un puente hacia el campo profesional. Aunque las dinámicas y objetivos de ambas formas de educación son particulares no son excluyentes entre sí por lo que, uno asume, deberían converger en las escuelas de arte. De ser así, el artista sería un ser humano en búsqueda de emancipación quien al mismo tiempo reconoce ser una trabajadora autoempleada y no un ser platónico excepcional. Reconocerse como trabajador, a su vez, significa que uno asume una filiación de clase y, así mismo, al igual que un enfermero o una carpintera, que uno debe conocer su campo laboral para posicionarse en él y desde allí construir su dignidad profesional, algo que requiere poder discutir abiertamente de temas como los derechos laborales o el dinero sin rubores ni apologías. Esta noción fue magistralmente articulada, desde una perspectiva de género, por Virginia Woolf en su A Room of One’s Own en el que dice “Una mujer debe tener dinero y una habitación si desea escribir ficción; y esto, como verán, deja sin resolver el gran problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la ficción”; y, que ella complementa con otra reflexión contundente, “El dinero dignifica lo que de otra manera sería frívolo si no se paga por ello”.  Y es que suele haber entre artistas jóvenes la propensión a tomar “votos de castidad financiera” que, me parece, impiden acercarnos informadamente a las condiciones materiales del sistema en el que operamos, lo que nos vuelve incapaces de buscar con claridad alguna forma de dignidad laboral.

Hecha esta doble aclaración, quiero transparentar qué me motiva a escribir este texto: tengo mucha frustración con el opaco mundo del arte y la manera en que este auto-reproduce su disfuncionalidad. Aunque nadie (al menos nadie que yo conozca) parece saber exactamente cómo funciona el sistema artístico, los análisis críticos que suelen hacerse del mismo están poblados por estereotipos que generan la ilusión de comprensión; así, palabras como “neoliberalismo”, “patriarcado”, “modernidad” y “colonialismo” parecen explicarlo todo cuando en realidad son términos genéricos, de escala tan macro que poco aportan a aclarar situaciones concretas, o, peor aún, a menudo estos términos aplanan la realidad convirtiéndola en una caricatura dualista de víctimas y villanos. Es cierto que estos términos apuntan a fenómenos reales –que no se me mal entienda– pero su alegre uso, al momento de tratar de comprender situaciones complejas, a veces opera como un recurso retórico vacío. Entonces, lejos de explicarnos la realidad concreta en la cual operamos esta jerga crítica apenas sirve a modo de terapia grupal para atribuirle nuestros demonios a entes abstractos. Creo que nuestros problemas requieren que les hagamos un zoom in, que apreciemos sus texturas más cercanamente. Tratemos de hacerlo a ver qué aprendemos.

Estoy consciente de que estas ideas se leerán de manera diferente en diferentes contextos. En gran parte de Latinoamérica no hay afrenta ni, mucho menos, conformismo en pensar desde estas coordenadas, mientras que en países con acceso a fondos estatales o con un circuito comercial más establecido es posible que haya quienes se imaginen estar por encima de la precariedad del mundo laboral en el que vive la mayoría de artistas, y acusen a este texto de “hacerle el juego al sistema”, cuando en realidad estoy hablando de deshacernos de discursos pomposos, y que las instituciones académicas asuman el problema del desempleo de los artistas como un asunto central incluso dentro de su pénsum, y no como un problema colateral (supuestamente) poco sofisticado para las aspiraciones intelectuales de la academia.

Sobra decir que esta preocupación es pertinente únicamente para aquellos estudiantes y artistas que crean que el prospecto de vivir del trabajo artístico propio es una legítima aspiración. Ya que este prospecto es apenas una opción entre muchas –y no un imperativo– quiero dejar claro que lo digo libre de halos moralizantes: lo pronuncio tan aterrizado a tierra como quien planta papas y tomates. Se me dirá que poner algún énfasis en la relación entre el mundo pedagógico y el laboral es volverse “funcional al sistema”. Pero yo no hablo de aborregamiento, más bien anclo mi preocupación, nuevamente, así como Virginia Woolf, en la pregunta de la dignidad profesional.

> Un puente inacabado: ¿Debe la educación artística formal considerar seriamente el destino profesional de sus estudiantes?

Si la educación formal es un puente entre lo pedagógico y lo profesional deberíamos hacer el intento por definir cómo es ese puente, de qué está hecho. Así, pronto uno se percata de que esta definición –el largo trayecto que generaría una cierta relación entre lo que estudias y el campo laboral correspondiente– es muy elusiva y, por ello, por un tiempo demasiado largo, hemos asumido conocer la respuesta diciendo vaguedades que pueden competir con frases de libros de autoayuda, del tipo “es difícil ser artista pero tú encontrarás tu camino”. Aquella promesa implícita de la educación formal en artes, de preparar a las estudiantes para que puedan en el futuro participar del mundo profesional, es en realidad un fantasma hecho de conjeturas. O sea, sólo tenemos algún conocimiento fáctico de lo que ocurre del lado pedagógico del puente (las mallas curriculares vienen siendo el armatoste arquitectónico de aquel puente) pero a medida que los estudiantes lo van caminando hasta acercarse a su graduación descubren que del otro lado –el lado profesional– este puente se vuelve invisible, está inacabado, es un despeñadero. Esto me deja un mal sabor de boca, parecería ser que en nuestras fijaciones (a veces arrogancias) “críticas” no nos hemos comprometido a asumir alguna responsabilidad con el destino laboral de nuestros estudiantes; y, atención, lo digo sin pretender que la universidad debe resolverle la vida a nadie, pero sí afirmando que los estudios en artes están desconectados de la acuciante realidad laboral con la que se enfrentan los artistas. De pasada aprovecho para ratificar que el famoso circuito de galerías representa apenas una minúscula parte del “campo laboral real” de las trabajadoras culturales. Hay entonces una preocupante discrepancia entre lo que se estudia y lo que se puede hacer profesionalmente con esos conocimientos. No sé usted, pero a mí esto me pesa mucho porque sé que graduamos artistas que van a tratar de buscarse un espacio profesional en una sociedad donde la demanda por artistas visuales es casi inexistente (si contrastamos el número de graduados en artes versus los artistas que logran encontrar algún nicho en el mundo del arte). Lo repito, la demanda social por artistas visuales es mínima, lo que se traduce en pírricos recursos financieros disponibles para una marea de talento que no encuentra lugar en ninguna parte.

> El mundo del arte es una pirámide construida con ladrillos opacos

Del mundo del arte apenas podemos avizorar su apariencia; o sea, los discursos con los que el sistema se legitima socialmente y sus síntomas más obscenos. El mundo del arte está conformado por la acumulación de muchas capas de opacidad; intuyo que si lo visualizáramos éste tendría la forma de una pirámide de cajas negras –como los esquemas piramidales MLM que usan corporaciones como Yanbal o Herbalife–, solo que en lugar de motivadoras con micrófono arengando a los vendedores (el 99% de estos perderá dinero: un porcentaje quizás parecido al de quienes tratan de hacerse con una carrera artística) el mundo del arte tiene algo mucho más poderoso, tiene mitos de excepcionalidad; o sea, el sistema artístico sería una estafa solo que sin estafadores de carne y hueso (bueno, sí los hay pero en términos estadísticos son una minoría), que pregona a los artistas la fantasía de un supuesto status especial en la sociedad, el reconocimiento público de un ser inusual encarnado en la figura del artista. Así, “la gran estafa” es capitalizada por medio de ficciones instaladas en la cultura general y normalizados por los artistas desde jóvenes. Y, aunque hoy en día es común que en las escuelas de arte se critique “el mito del artista genio”, en realidad la esencia de este permanece intocada, que viene a ser la sensación de “excepcionalidad social”, de vivir supuestamente más allá de los márgenes de las convenciones reinantes. Esta pretensión habita el corazón mismo del ethos artístico predominante e impide que los artistas se reconozcan esencialmente como trabajadores autónomos que operan en el campo simbólico.

Al mismo tiempo este mito es complementado por –aquello que mencionaba antes– la extendida opacidad del sistema: nadie en las sobrepobladas capas inferiores de la pirámide parece conocer cómo se toman las decisiones que permiten a una diminuta minoría ocasionalmente pasar a la siguiente capa. Por supuesto, las suspicacias sobre estos ascensos abundan. Así, para nadie es un misterio que el sistema artístico sea marginalmente meritocrático (reconociendo que conozco a muchas colegas talentosas que de manera merecida se han hecho un lugar en el mismo), y tiende más bien al nepotismo, o sea a apalancar fugaces cadenas de legitimación basadas en intereses y compadrazgos (por ello la mayoría de artistas trendy que hoy reciben atención, por ejemplo, dentro de una feria de arte, van a ser absolutamente desconocidos en poco tiempo al no poder sostener estos favores, en el mediano y largo plazo, con calidad artística).

Aquella trillada frase de “la carrera artística no es una carrera sino una maratón” es cierta; el tiempo sí es un tamiz contra los destellos incandescentes, pero así mismo esta frase oculta algo central en la discusión: en realidad hay muchísimo talento que no puede darse el lujo de correr una maratón eterna a la espera de tener visibilidad para su trabajo; así, estos artistas terminan “abandonando el barco” en busca de alternativas laborales y económicas más dignificantes, ya que seguir cruzando los dedos, en espera de que alguien en las capas superiores les de acceso al siguiente piso se vuelve absurdo. Este es el destino de un gran porcentaje de artistas. Sospecho que a esta categoría pertenecerán, más temprano que tarde, la mayoría de estudiantes de arte que hoy están por graduarse. Si tomamos esto como un hecho –le pido a la lectora que me del beneficio de la duda– entonces las escuelas de arte deberían estar enfocadas en cómo servir mejor a sus estudiantes quienes, sabemos, es poco probable que vayan a tener carreras establecidas dentro del sistema artístico convencional, por lo que se verán abocados a diversas alternativas profesionales: esa economía de parches y retazos provisionales que es tan común entre nosotros los artistas.

Entonces, para que las escuelas de arte puedan servirle mejor a sus estudiantes deberían tener los datos concretos sobre las diversas actividades que estos desarrollan luego de graduarse y, entonces, sólo entonces, en un ejercicio de profundo sinceramiento, pasar a modelar los programas de educación artística con este horizonte profesional más diverso en mente y no, como ahora, que se asume algún tipo de horizonte platónico grandilocuente que, aunque se puede sentir bien mientras uno es un estudiante (a menudo eso es lo que dura la ilusión de los discursos académicos), apenas al graduarse se experimenta como un abismo. Los profesores cerramos nuestros ojos ante este panorama con la esperanza de que nuestros estudiantes no sean humanos sino gatos capaces de caer de pie y sobrevivir en un contexto en el cual nadie está esperando por ellos al aterrizar.

> Incentivos en conflicto: administradores vs profesores vs estudiantes

Nuestras instituciones se caen a pedazos porque desconocen cómo organizarse efectivamente. los administradores no saben nada al respecto y, de hecho, sus mentes están culturalmente cerradas porque (…) permanecen satisfechos con un montón de preceptos organizacionales que son el equivalente a que la física contemporánea pensara aún que la transmutación de los metales en oro es posible por medio de hechizos. Diseñando la Libertad, Stafford Beer

Las instituciones académicas tanto públicas como privadas suelen ser organizaciones jerárquicas que, a mi parecer, tienen tres capas que las voy a mencionar de arriba hacia abajo: administradores, profesores, estudiantes. Pero, debe notarse que la clase gerencial (los administradores) viven en un universo diferente al que cohabitan profesores y estudiantes. Estos dos universos ocurren por una razón muy sencilla, la administración es un rol político esculpido por rituales burocráticos similares a los de otras instituciones; así, si, por ejemplo, el Ministerio de Educación le pide informes a los administradores de una universidad, estos verán como “lógico” y “eficiente” que, puertas adentro, similares dinámicas se repitan ya que estas vienen a ser –“nos guste o no” nos dirán convenientemente– la manera en la que funcionan las cosas. Así, como un virus, estas dinámicas administrativas se esparcen y normalizan en todo el sistema. Por supuesto, esto nada tiene que ver con las dinámicas que existen en el territorio real: el universo de las usuarias del sistema, que en este caso vienen siendo las estudiantes y, en alguna medida, las profesoras.

Uno se preguntará por qué, pese a esta arquitectura organizativa estéril, las instituciones no colapsan todos los días. En realidad estas se mantienen en pie gracias a los esfuerzos desmedidos de una minoría, algo que se conoce como el Principio de Pareto (en promedio el 20% de agentes produce el 80% de los efectos en un sistema). Este tipo de esfuerzo cualitativo de unos cuantos no es registrado por los radares administrativos ya que esto nada tiene que ver con las métricas burocráticas. Así, al no ver otra explicación posible, los administradores se convencen de que la organización funciona gracias a su pretendido “liderazgo”. Pura fantasía.

Por ello, hoy en día, los profesores gastan larguísimas horas –absolutamente innecesarias– en informes y sistemas de evaluación que conspiran contra la finalidad misma de toda institución académica, que debería ser servir a los estudiantes en sus procesos pedagógicos. Si hoy esta finalidad logra cumplirse en algún porcentaje es a pesar de la arquitectura administrativa, y no como consecuencia de esta. Así, los supuestos expertos que gerencian las universidades terminan convirtiendo en burócratas incluso a los profesores. Necesitamos hacer una decidida autocrítica, como lo explica David Graeber en su La Utopía de las Normas:

La falta de reflexiones críticas [sobre la creciente burocratización de las universidades] es especialmente extraña porque, superficialmente, uno pensaría que los catedráticos están en una posición ideal para hablar de los absurdos de la vida burocrática. Evidentemente, esto se debe a que ellos son burócratas, y cada vez más. Las «responsabilidades administrativas», acudir a reuniones del comité, rellenar formularios, leer y escribir cartas de apoyo, aplacar los antojos de los decanos… todo esto consume una porción cada vez mayor del tiempo de un catedrático. Pero éstos son también burócratas a su pesar, en el sentido de que incluso cuando la admin, como la llaman, acaba constituyendo la mayor parte de lo que hace un profesor, ellos siempre la tratan como algo añadido, no como aquello para lo que están cualificados, y ciertamente, no el trabajo que define quiénes son en realidad. Ellos son académicos, gente que investiga, analiza e interpreta cosas… incluso si, cada vez más, son almas de estudiosos atrapadas en cuerpos de burócratas. Se podría pensar que la reacción de un académico sería investigar, analizar e interpretar este fenómeno: ¿cómo es posible que todos gastemos cada vez más y más nuestro tiempo en papeleo? ¿Para qué sirve el papeleo, en cualquier caso? ¿Cuáles son las dinámicas sociales tras él? Y sin embargo, por alguna razón, esto nunca ocurre.

Dicho esto, sería un error vilificar individualmente a quienes gerencian el sistema. El gran problema no son los individuos sino la pésima arquitectura administrativa y las ideas que la habitan, una combinación a la que Nassim Taleb designa como un país mental llamado Burocristán. Yo siempre asumo que la mayoría de personas actúan de buena fe pero, después de todo, es poco factible –a título personal– cambiarle el esqueleto a un gigante semivivo. Y es que en el día a día, en cargos administrativos, uno puede estar tan consumido apagando incendios y rellenando el papeleo indispensable para que la máquina siga andando, que las condiciones en sí no son propicias al cambio estructural. Esta labor requerirá de un determinante músculo-político-colectivo para abrir las puertas del cambio de esqueleto, porque tener una buena arquitectura administrativa no es negociable –es o es–, sino acudamos nuevamente a Taleb tomando esta reflexión de su Jugarse la Piel:

La estructura subyacente de la realidad es más importante que sus actores (…). Si existe una estructura de mercado adecuada, un puñado de idiotas puede crear un mercado perfectamente operativo. En 1993, los investigadores Dhananjay Gode y Shyam Sunder descubrieron algo sorprendente. Pongamos que todos los mercados se llenan de agentes de inteligencia cero que compran y venden aleatoriamente y que esto sucede en un marco en que los procesos de adquisición cubren normalmente la oferta y la demanda existentes. ¿Adivinas qué pasa? Pues que el mercado presenta la misma eficiencia distributiva que si estuviera gobernado por actores inteligentes. (…) Deja a la gente sola y al amparo de una buena estructura y verás cómo se hace cargo de todo.

En todo este desmadre, uno como profesor ocupa un lugar ambiguo en estas dinámicas ya que somos el delgado relleno de un sándwich muy tenso; somos un blanco fácil en situaciones de fuego cruzado entre las demandas de los estudiantes y las demandas de los administradores. Los estudiantes suelen desconocer el esqueleto institucional jerárquico dentro del cual se encuentran, y, a menudo, frente a sus ojos, los profesores somos percibidos como extensiones de la disfuncionalidad institucional de la que también nosotros somos víctimas (bueno, aceptémoslo, somos víctimas co-responsables). En realidad, en el contexto universitario es raro que los profesores tengamos acceso notable a la capa gerencial-administrativa. De hecho yo mismo tengo poquísimo conocimiento sobre cómo se toman decisiones “allá arriba”. Al respecto, quiero contar una anécdota personal:

Luego de varios años de no haber hallado las calorías ni las horas necesarias para dar clases, finalmente en Enero del 2020 me reencontré con la academia, aunque aquel entusiasmo con el que volví a las aulas estaba a punto de estrellarse contra la pandemia. Si apenas podía ver a mis estudiantes nunca vi a los administradores. En aquella ocasión la administración de la universidad me había dado un contrato semestral, y luego de un tiempo se me comunicó (desde el email de alguien en la administración a quien tampoco tuve el placer de conocer) que me iban a renovar el contrato para el semestre siguiente. Lo agradecí. Al semestre siguiente fue una alivio volver a ver en persona a mis estudiantes. Y, ya luego, al completar el primer año dando clases en aquella facultad recibí otro email (nuevamente de una anónima lady in black de la administración) comunicándome que querían que continúe dando clases y que ahora me iban a dar un contrato por un año. Lo agradecí, aunque en esta ocasión esperaba que la institución abriera la puerta para negociar las condiciones de aquel nuevo contrato, me parecía justo discutir un ajuste salarial. El siguiente email que recibí de esta persona anónima ya contenía el contrato que, por cierto, me asignaba el mismo salario que el año anterior. De allí en adelante comenzó un va y viene de emails con esta funcionaria que se extendió por varias semanas. Ella me informaba una y otra vez que no había espacio para reconsiderar las condiciones del contrato mientras yo opinaba lo contrario. Finalmente me cansé y le escribí un email en el que ya casi daba mi brazo a torcer pero a cambio de transparencia; en resumidas cuentas decía:

Con gusto aceptaré su negativa a mi petición siempre que se me comunique cuáles son los criterios en los cuales se basan para negarme el ajuste salarial. En cuanto me los comunique procederé inmediatamente a firmar el contrato.

Silencio. Pasaron dos semanas para tener una respuesta de la administración. El email de vuelta decía algo así:

Me complace comunicarle que le hemos otorgado el ajuste salarial que pedía. Felicitaciones.

Tampoco me dijeron cuáles fueron los criterios que les llevaron a cambiar de opinión, y aunque tuve la curiosidad de pedirle que me diera una explicación, yo ya estaba tan saturado del asunto que solo atiné a invitar a mi novia a tomar vino en un parque cercano para celebrar esa pequeña conquista laboral. Aunque con un supuesto “final feliz”, aquel episodio me instaló una alarma crítica sobre la opacidad en las decisiones de la capa administrativa-gerencial de las universidades y, de paso, me alertó sobre lo que empecé a percibir como ignorancia de parte de ellos. Todo indica que en realidad no sabían ni por qué no ni por qué .

¿Cómo arreglar este sistema disfuncional? Francamente no tengo una clara e inequívoca respuesta, pero creo que hay pistas importantes en el pensamiento de Stafford Beer. Para este cibernetista –creador del mítico MSV (Modelo de Sistema Viable)– las sociedades modernas suelen organizarse por medio de regímenes jerárquicos en respuesta a la entropía (o caos) del sistema. Este enfoque top-down les permite a los administradores –mediante reglas, normativas, objetivos, etc.– restringir la excesiva complejidad del sistema y, así, supuestamente, darle coherencia al mismo. Entonces, para visualizar la complejidad de una escuela de arte, pensándola más bien desde la perspectiva de las estudiantes, o sea, desde un enfoque bottom-up, imaginemos que en esta hipotética institución hay 1,000 estudiantes, donde cada estudiante x tiene dos diferentes estados n (por ejemplo, estado 1: la estudiante quiere aprender una experticia técnica / estado 2: la estudiante quiere aprender métodos de investigación). Según Beer, esta escuela de arte tendría que responder a 1 millón de estados posibles (si calculamos el valor X a la potencia n, o sea 1,000 al cuadrado). Resulta imposible integrar ese nivel de complejidad por medio de métodos top-down tradicionales, es por ello que las estructuras jerárquicas sólo pueden funcionar restringiendo severamente la complejidad del sistema y, por lo tanto, obligando a las usuarias a responder a los planes de los administradores en lugar de que el sistema responda a la complejidad que emerge desde las usuarias. El MSV es entonces la propuesta de Beer para generar “máquinas de libertad” que permitan organizar el sistema horizontalmente, maximizando los estados posibles de las usuarias en lugar de restringiéndolas.

De pasada menciono un hecho anecdótico, el MSV fue inicialmente introducido en 1972, en un libro titulado Brain of the Firm. Cierto día una copia del mismo llegó a manos del admirado compositor Brian Eno; él cuenta que sorpresivamente esta publicación, que nada tiene que ver con arte, fue la clave para reinventar su práctica.

Ya que no soy experto en management simplemente comparto estos apuntes sobre el MSV en búsqueda de inspiración, en búsqueda de modelos alternativos a la normatividad imperante, antes que sugiriendo respuestas específicas. Lo que sí me queda claro es que la educación artística sólo puede ser honestamente reformulada por quienes la practican (y no por quienes la administran); como nos recuerda el mismo Taleb, “sólo los hacedores deberían opinar”. Y es que estudiantes y profesores pensamos los problemas (reales) desde la perspectiva de hacedores del sistema educativo, mientras que, como mencionaba antes, la capa gerencial piensa los problemas (ficticios-burocráticos) desde una perspectiva política.

Y es que a este paso vamos a terminar convirtiendo a los mismísimos estudiantes en burócratas, algo que de hecho, me parece, muchas escuelas de arte ya están haciendo y que, en este caso, no es culpa de la cúpula administrativa sino de cierta ideología artística que se ha tomado gran parte de las academias.

> Pedagogías del NO: La Escuela de Arte como el lugar donde se aprende (a hablar como artista)

Ha habido una influencia imparable, particularmente luego de los 1960’s: el gigante de Marcel Duchamp como el espíritu tutelar que se cierne sobre la noción de arte […], utilizando cualquier objeto de cualquier recinto de producción como su instrumento, con el concepto reclamando prioridad sobre la fabricación o apropiación de la cosa óptica, del signo mismo. Art School (Propositions for the 21st century), Steven Henry Madoff (nota: el tono de Madoff es celebratorio)

A aquel vasto fenómeno artístico sesentero que conocemos como conceptualismo, por virtud propia, le nacieron muchísimas ramas que en décadas subsiguientes se expandieron desde la crítica institucional hasta las prácticas post-studio. Esta larga ola transformó profundamente los programas de educación en arte; si en los 70s apenas se podía decir que CalArts y un puñado más tenían esta orientación, para inicios de los 2000s este nuevo canon se había instalado y expandido a escala planetaria; este nuevo sistema de valores ahora privilegiaba lo procesual, la “investigación”, lo performático y la crítica al “objeto”. Como si viéramos una tira cómica, a menudo quienes se sintonizaban dentro del nuevo canon se imaginaban a sí mismos como radicales liberados de “lo retiniano”, “el estilo” y “los medios tradicionales” que eran considerados pecados cometidos por los villanos de la historieta: la resaca de la modernidad pictórica y escultórica que, en países como el mío –el Ecuador– representaba un viejo orden patriarcal que hasta hace poco tenía posiciones de poder en el aparato institucional, y que hoy apenas conserva pequeños nichos (defendidos con garras y colmillos). Si bien aquel diagnóstico crítico de los vicios de la modernidad era indispensable y meritorio, las recetas que se implementaron desde el Nuevo Orden (NO) son, en líneas generales, un absoluto desastre; estas son directamente responsables (o al menos corresponsables) de la situación actual de la educación artística que describí al inicio de este texto.

Antes de continuar quiero enfatizar que la etiqueta “NO”, que es tan general, sólo la uso porque facilita la transmisión de las ideas centrales del texto. Pero, de ninguna manera debe tomarse esta etiqueta de manera literal ni mucho menos conspiranoica. La etiqueta NO solo apela a ciertos rasgos prominentes, evidentemente no a la totalidad del campo del arte actual, que es tremendamente diverso.

A nivel pedagógico, cuál es mi crítica. Personalmente, identifico una corriente que tiende a empobrecer el proceso artístico: las pedagogías del NO son cartesianas, en alguna medida son más conservadoras que sus predecesores. Me explico, en un potente proceso artístico la distancia entre pensar y hacer es amplia, es compleja. Las escuelas del NO (o sea, gran parte de las facultades de artes visuales de la actualidad) tienden a asumir la práctica artística desde la noción de proyecto. En consecuencia, suelen incitar a las estudiantes a trabajar cartesianamente: pienso luego hago, algo que más o menos luce así:

1. Imaginar/planear la obra.

2. Elegir el medio más idóneo con el cual ejecutar esta idea.

Esto significa que la distancia entre pensar y hacer es cortísima, o sea, pobrísima.

Adicionalmente, este tipo de ideología pedagógica apela continuamente a la escritura como la herramienta virtuosa para dar señales del valor intelectual de las búsquedas de las artistas. En principio esto suena bien, de hecho sería hipócrita de mi parte –que escribo regularmente por vocación y necedad– no dejar claro que la escritura es una opción valiosa para las artistas visuales, pero es eso, una valiosa opción más no un imperativo. Tengo un gran reparo respecto del estatus que se le pretende dar a la escritura de las artistas como requisito probatorio de mérito intelectual ya que solo a veces, y en los momentos propicios, esta es una herramienta beneficiosa conducente a la auto-reflexión. De hecho, con cierta frecuencia, la escritura que se impone en las escuelas de arte es un estorbo con tufo burocrático, más parecido a un informe administrativo cuyo inútil fin es justificar decisiones creativas –que a menudo han ocurrido en procesos abiertos u ontológicos – situadas por fuera de la triste causalidad racional que tanto parece entusiasmar a “los profesores del NO”.

Para explicar con mayor claridad a qué me opongo vale citar un fragmento del ensayo de Ernesto Pujol que abre el influyente Art School (Propositions for the 21st century):

Los estudiantes deberían tener que desarrollar propuestas escritas completamente pensadas antes, durante y después de pintar y esculpir. No quiero decir que deban hacer esto simplemente para defender una imagen u objeto durante las críticas individuales y grupales, como siempre lo han hecho los estudiantes, sino para aprender a justificar intelectualmente esa creación, más allá de lo subjetivo, en el mundo visualmente denso y materialmente desordenado que vivimos. Si no quieren hacer esto, no tienen nada que hacer como artistas contemporáneos profesionales.

En las antípodas, para explicar con mayor claridad por qué abogo vale citar aquella línea con la cual Susan Sontag cierra su influyente Contra la Interpretación:

En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte.

Ahora quisiera compartir mi respuesta a la pregunta sobre cómo expandir la distancia entre pensar y hacer, y para ello debo recurrir a una historia que ya he contado en varias ocasiones. Cierto día, muchos años atrás, cuando me encontraba cursando el MFA recibí en mi taller la visita de una profesora excepcional de la facultad, la artista Elizabeth King. Sobre una mesa de trabajo yo había colocado varios bocetos de piezas que tenía en mente. En aquella época “tener una idea” para mí significaba concebir la forma final que algo iba a tener para ser posteriormente ejecutado. Por compasión o por su gran generosidad intelectual, ella me escuchaba con atención mientras yo ansiosamente le mostraba los bocetos y hablaba, hasta que decidió interrumpirme (enhorabuena) para lanzar una bomba reflexiva:

Debes permitir que la obra sea más inteligente que tú.

Pese a mi petición, Elizabeth (o “Liz” como la llamábamos) se negó a explicar el aforismo diciendo amablemente “debes buscar tus propias respuestas”. Conversamos un rato más de asuntos generales y se fue, pero ya habiendo instalado en mí una profunda duda sobre la manera en la cual yo venía trabajando; la distancia entre pensar y hacer era muy pequeñita en mis procesos. Solo tiempo después pude empezar a articular mi respuesta, y desde entonces “tener una idea” para mí ya no significa imaginar cómo va a lucir el punto de llegada, sino que ahora más bien significa tener una pista –a veces apenas un impulso– de donde partir, desconociendo el punto de llegada. Se trata de una danza de múltiples experimentaciones e intuiciones que van sedimentando la pieza final, o sea, esta sedimentación es un fenómeno emergente que yo –con mi muy limitado cerebro mamífero– no pude haber imaginado previamente. Así, esta es una de las maneras –potencialmente entre cientos y miles de otras– por la cual la distancia entre pensar y hacer puede enriquecerse.

Esto es lo que a nivel de práctica artística yo llamaría ontológico, un concepto que me llegó años atrás, de manera simultánea, por dos vías diferentes, Marisol de la Cadena y Andrew Pickering. Para ella, la apertura ontológica se da “cuando nos damos cuenta de que no se trata de analizar la manera como la gente conoce, o los significados que da a lo que hace, sino que es necesario pensar lo que la gente hace, y cómo hace las relaciones en las que ella misma es”; y, para él, la ontología se refiere a una visión en la que el mundo es “un devenir abierto, que adopta formas emergentes en una danza de agencias mutuas”.

Finalmente, me parece importante volver a la cita de Sontag, ¿acaso sus palabras no evocan la necesidad de una rematerialización sensual de lo artístico?. Siento que luego de la pesada privación sensorial que todos experimentamos durante la pandemia –cuyas consecuencias aún entendemos muy poco– lo erótico es una respuesta sensible a la vitalidad robada; y, en ese mismo espíritu, la destrucción de tejidos comunitarios causado por ese mismo fenómeno social, amerita seguir reforzando los imaginarios de lo común existentes y que sigamos inventando nuevas configuraciones de la vida juntos incluso más allá de lo exclusivamente humano.

Si esta necesidad es real, entonces es posible plantear esta hipótesis:

Finalmente el conceptualismo ha envejecido. De aquí en adelante nos servirá para poco.

 


TEXTO

CIBERNÉTICA CHOLA: UNA POLÍTICA PARANORMAL PARA LA #WEBCERO > Oscar Santillán

Los apologistas latinoamericanos, de derecha o de izquierda, pro-neoliberales o pro-socialistas, aseguran que sus ideas no han fracasado. En un continente con indicadores vergonzosos de miseria, desnutrición infantil, violencia de género, y severo déficit educativo, los apologistas refuerzan posiciones, se aferran a sus ideas zombis. Les fascina imaginar que sus viejas recetas son fabulosas pero el final boss con el que se enfrentan es la realidad misma, que nunca les da la razón.

A través de este texto, a estos pretenciosos apologistas (da igual que sean de derecha o de izquierda) los llamaremos normis, que es una forma abreviada de normalitos: así le pinchamos el ego a sus convicciones ideológicas.

La barra de energía normi se está acabando. Creo que no hay que cambiar de videojuego, hay que cambiar de consola. Este texto va a insinuar –sólo insinuar– cómo construir esa nueva consola cognitiva, afectiva, y política. Nuestra construcción de mundo la haremos con herramientas ausentes del mundo político normi: esta revuelta contra los abogados y los administradores, contra la colonia y la modernidad, la haremos con blockchain, cibernética, y sabiduría ancestral. Por ello, el fin último de este texto no es siquiera criticar a los normis, es algo mucho más vital: imaginar los mecanismos de consenso que permitan articular lo comunitario, la soberanía individual y lo planetario, sin que nosotros –los nadie, los comunes, los perros y los gatos de la historia– dependamos más de las élites políticas y financieras que nos dominan.

1.      Laser Eyes

La celebración de la victoria de Gabriel Boric reunió a miles de chilenos en la Alameda. Desde la elección del mitologizado Salvador Allende, hace medio siglo, Chile no había votado tan decididamente hacia la izquierda. Aquella noche magnética de diciembre de 2021, en medio del discurso del nuevo presidente, alguien en la multitud apuntó con un láser repetidamente hacia los ojos Boric. Las cámaras de televisión captaron claramente este extraño momento aunque el político pareció no percatarse que sus ojos se iluminaban de un verde fosforescente post-humano.

Los “laser eyes” son parte del imaginario visual del mundo cripto. Unos pocos meses antes de la elección chilena, la imagen de perfil de muchos influencers de Twitter que fervientemente predican la adopción de Bitcoin mostraban sus rostros con ojos de los que emanaban rayos láser. Pronto esta noción fue replicada por proyectos NFT como el célebre Bored Apes, una colección de imágenes de monos que lucen aburridos (y ahora mismo yo no la voy a aburrir, querida lectora, contándole sobre el precio astronómico de cada una de estas imágenes ni sobre las celebridades que las poseen). La colección de Bored Apes, al igual que muchos de sus símiles, está compuesta por miles de imágenes únicas en las que la figura del mono se repite aunque, cada vez, con variantes distinguibles. Una de las características que, precisamente, hace que alguno de estos simios valga más que los otros son los laser eyes: si el mono arroja rayos por los ojos este es mucho más apreciado, su valor simbólico y de mercado es mayor que cualquier otro de la serie. A partir de allí la fórmula ha sido repetida ad infinitum; fácilmente usted puede encontrar otras colecciones NFT que muestran series de jirafas, gatos, robots, koalas, perros, cocodrilos, e incluso seres místicos que poseen esta misma característica: aquellos con ojos láser son los más valiosos en cada colección. Este tipo de NFT no es sinónimo de “mal” arte porque simplemente no es arte. Es más acertado verlo como un coleccionable, o sea, la versión digital de aquellos cromos o estampillas únicas que era común coleccionar en el pasado.

Más allá de tanta banalidad hay que fijarse en la tecnología misma, lo que es difícil de hacer ya que la cultura que comúnmente emana de esta tecnología es bulliciosa: a menudo se parece más a un culto libertario que predica la “turbo-prosperidad” que a las radicales “tecno-utopías” de las comunas hippies sesenteras. Volviendo a los NFTs, estos son una forma de activo digital cuya particularidad es que están inscritos dentro de un sistema de registros (al estilo, digamos, de un cuaderno de contabilidad pero mucho más sofisticado). Este sistema de registros se llama blockchain. Aplicada a los NFTs esta tecnología permite verificar la autenticidad de un bien digital –digamos, una canción– y también nos permite conocer su exclusividad –¿es un archivo que solo se venderá una vez o cien veces?–. Debido a estas características, tan amigables para el coleccionismo, uno de los primeros lugares en darle la bienvenida a los NFTs fue el feudo más conservador del mercado del arte: la casa de subastas Christie´s en octubre de 2020, en plena pandemia. La ocasión fue un éxito comercial abrumador, lo que inmediatamente validó en el mainstream a este nuevo formato al presentarlo como un medio confiable para circular y coleccioniar arte. Pero no es el mainstream lo que me interesa, este texto quiere navegar otras aguas, pero para llegar a puertos más esperanzadores uno debe atravesar las fraudulentas mareas que acechan el mundo cripto. Si uno no se anda con cuidado la corriente puede empujarla hacia todo tipo de estafas (“shitcoins”, “scams”, “rugpulls”, y “pirámides Ponzi”). A menudo estas dinámicas nocivas están alimentadas por una forma de pensamiento mágico que se cristaliza en el mantra “to the moon” (o sea, tener fe en que su inversión se multiplicará astronómicamente de la noche a la mañana). De hecho, un token muy conocido lleva el maravilloso nombre de Magic Internet Money. La realidad es que, con mareas tan volátiles, es más fácil perder dinero que ganarlo; dígamelo a mí que se lo cuento por experiencia propia. Hay que recordar que cuando uno pierde dinero en este tipo de inversiones especulativas el dinero no se esfuma, lo que en realidad sucede es que uno ha transferido riqueza a los peces gordos. Es una guerra asimétrica entre el ciudadano de a pie y los cripto-ricos: las “ballenas”, los fondos de inversión, y los venture capitalistas que tienen acceso, información y herramientas privilegiadas. Por ello, quiero plantearlo en este texto, los puertos esperanzadores no se encuentran en el mercado especulativo de criptomonedas sino en la tecnología de la que estas emergen: la blockchain.

Si usted no está familiarizada con estos cripto-rituales, y tanta tontería le resulta tortuosa, le pido que no se desconecte de este texto, al menos no aún, ya que pronto exploraremos el lado más propositivo de estas tecnologías y su potencial político. Pero antes, un último punto.    

Como mencionaba previamente, todo el espectro que abarca de las criptomonedas a los NFTs está basado en una única tecnología llamada blockchain. O sea, las criptomonedas o los NFTs son diferentes encarnaciones de la tecnología blockchain. Su potencial uso no se detiene ahí sino que, en realidad, el espectro completo abarca una infinidad de posibilidades que incluyen servicios bancarios sin intermediarios –conocidos como DeFi– que, en su lado positivo significa “banca sin banqueros” y en el lado negativo significa “banca para especuladores digitales”; también incluyen la creación de las más diversas organizaciones –conocidas como DAOs– que, gracias al código y herramientas del blockchain, pueden organizarse democráticamente; y así, entre promesas y sombras, la lista de usos continúa creciendo. Entonces, ¿qué es aquello realmente revolucionario en la tecnología blockchain? ¿Por qué involucrarse con esta bestia de mil cabezas?

Decentralización y transparencia, esa es la respuesta.

Ninguna otra tecnología ni ideología tiene las herramientas para romper el hechizo que hace que nuestras sociedades centralizen poder de manera endémica, tanto política como financieramente. Blockchain es un rompecabezas criptográfico que permite la inclusión de numerosas participantes –sin presidentes ni gerentes– y la coordinación decentralizada de recursos, al tiempo que estas dinámicas son absolutamente abiertas, así que cualquiera puede fiscalizar los procesos que se llevan a cabo. Eso sí, la implementación de aplicaciones blockchain presenta muchas fricciones y vulnerabilidades. Hoy no tengo certeza sobre qué aspectos seguirán mejorando y cuáles chocarán con limitaciones intrínsecas de esta tecnología.

Yanis Varoufakis, uno de los economistas más innovadores en la izquierda contemporánea, cuenta que años atrás estudió a fondo el manifiesto fundacional –el whitepaper– de Bitcoin, la criptomoneda que aplicó la tecnología blockchain por primera vez, en el año 2008. Él admite haberse asombrado con la sofisticación de la propuesta al tiempo que concluía que Bitcoin “es una solución ingeniosa para un problema que aún no se ha inventado, y que no es el problema del dinero”. Más recientemente su visión sobre las criptomonedas, los NFTs y, más fundamentalmente, la tecnología blockchain ha sido expandida en una entrevista posteada en la web de DiEM25, la plataforma política de la que es cofundador. Allí afirma:

“sí, la blockchain va a ser útil en sociedades liberadas del modelo que concentra poder en una pequeña élite. Pero, la blockchain no va a liberarnos (de este modelo). De hecho, cualquier servicio digital, moneda, o activo que se crea en el presente sistema (capitalista) va simplemente a reproducir la legitimidad reinante en el presente sistema”.

Así, mi texto viene a ser un reconocimiento de algunas de las dinámicas en las que actualmente la blockchain se manifiesta, y, al mismo tiempo es un intento –un pensar en voz alta– por imaginar cómo esta tecnología podría abrir grietas reales en el modelo actual y, también, cómo podría contribuir a generar dinámicas realmente diferentes a las del capitalismo ansioso en el que nos movemos. Por ello, para mí, tener conciencia de las sombras de la tecnología blockchain no se convierte en parálisis moralizante. Si voy por el mundo con mi conciencia tranquila porque nunca tuve el valor de involucrarme con las tensiones propias de esta tecnología siento que habré perdido un aprendizaje irremplazable. Que mi alma se ensucie un poco a cambio de fuego.

 

2.      Fuego cibernético

La tecnología modela aquello que los humanos podemos pensar e incluso aquello que somos. Así, la invención del fuego –probablemente la innovación tecnológica más importante de la historia– modificó profundamente la vida social al permitir que nos reunamos en medio de la noche a contar historias; cambió el curso de la evolución biológica de nuestros antepasados al reducir drásticamente el tamaño de su estómago (gracias a que la cocción de alimentos demanda menos energía para procesarlos); y, también, el fuego les permitió dormir en el piso, en lugar de lo alto de árboles ya que las fogatas nocturnas prevenían ataques de predadores (¿es este el evento que, al modificar nuestro uso del espacio, posibilitó la aparición de la arquitectura?).

Este es solo un pequeño recordatorio de que, a menudo, las tecnologías que inventamos activan posibilidades imprevisibles. O sea, se abren puertas que nos permiten pensar más allá de lo previamente imaginable. En el siglo 19 y en parte del 20 la izquierda solía tener una relación utópica con la tecnología. El pensamiento de Marx emana de la revolución industrial, y Lenin no se queda atrás, algo claramente palpable en su definición de comunismo: “el poder de los soviets + electricidad”. Yo le pregunto a la izquierda latinoamericana ¿cuál es su relación fundamental con la tecnología? ¿Cuál es su equivalente de electricidad en el siglo 21?

Si en 1959 los soviéticos habían logrado ser los primeros en llegar a la luna –con su nave no tripulada Luna 2– diez años después se afirmaba definitivamente el liderazgo tecnológico de los Estados Unidos con el exitoso alunizaje de Neil Armostrong y compañía. La rigurosidad de los planes quinquenales, con los que se planificaba la URSS y que, por cierto, Cuba copió a su manera –“adaptó” sería un eufemismo–, ya para 1970, cuando Salvador Allende triunfa en las urnas, generaban unas cuantas suspicacias dentro de la propia izquierda. Esta forma de rígida centralización, pensaban los suspicaces –que eran pocos pero sí existían– no era conducente al crecimiento económico que aspiraban los revolucionarios. Por supuesto, el consenso mayoritario dentro de la izquierda seguía siendo muy favorable a la planificación centralizada, así que cuando unos jóvenes ingenieros, que eran parte del nuevo gobierno, le plantearon a Allende la necesidad de gestionar el creciente patrimonio estatal por otra vía éste les prestó atención; aunque muy discretamente, para no incomodar a los dogmáticos del PC y el MIR. Estos jóvenes ingenieros habían tenido acceso a unas cuantas publicaciones sobre una inusual ciencia llamada cibernética; sospechaban que en ella había respuestas indispensables para que “el socialismo en democracia” no se atasque en la trampa burocrática. Dos décadas después, con el colapso del comunismo del Este, la historia demostraría que su diagnóstico era acertado: la burocratización de la vida social es la tumba de las revoluciones que se institucionalizan como regímenes estatistas. Y, adicionalmente, por razones que ignoro, el incremento del tamaño del estado en Latinoamérica no ha tendido a crear un tramado institucional de estilo socialdemócrata, sino más bien, en gran medida, ha afincar formas de clientelismo mafioso al mando de caciques carismáticos.

La razón por la cual revisito el experimento cibernético chileno es para plantear preguntas presentes. Soy parte de una multitud que quiere encontrar caminos que no encuentra en la política normativa para consolidar una democracia más profunda que, también, facilite una amplia inclusión financiera que no dependa de la destrucción de nuestro planeta. Por ahora ese mundo normativo solo atina a oscilar entre polos ideológicos caducos; más control estatal vs más libertad de los mercados. Pero, debo aceptarlo, mis esperanzas son muy limitadas, precavidas, ya que en gran medida el ideario político del actual gobierno chileno –que quiere sonar a nuevo simplemente por no haber sido parte del status quo neoliberal– está repleto de ideas estatistas que –la evidencia abunda en América Latina– son tan fallidas como aquellas del libre mercado. Lo nuevo no es simplemente oponerse al neoliberalismo, sino oponerse simultáneamente al estatismo y al neoliberalismo imaginando un paradigma que realmente los supere.    

La premisa que quiero plantear es esta: para romper paradigmas ideológicos exhaustos es indispensable decentralizarnos. Si la cibernética le ofreció esta posibilidad a Allende, hoy la tecnología blockchain nos la ofrece a nosotrxs. Esta premisa es un intento por inaugurar un nuevo espacio, que irrumpe y reconfigura la bipolaridad estado-mercado, y que, precisamente, transforma aquella disfuncionalidad bipolar en la triada:

estadomercadoscomunidades decentralizadas (DAOs)

3.      Eusebio

Hacia 1968 aparece en Ecuador un movimiento político autodenominado “cibernético y psicodélico” para impulsar la candidatura presidencial de un profesor de contabilidad, Eusebio Macías; un outsider conocido por ser múltiples veces candidato a la presidencia sin lograr apenas unos cientos de votos. No queda claro si Eusebio tenía vocación satírica, pero al menos los estudiantes de secundaria, quienes solían ser sus más leales partidarios, sí la tenían; veían en él al único político con agallas para afianzar una construcción simbólica diferente a la norma; Eusebio andaba en bicicleta en lugar de auparse en los pomposos autos y caravanas comunes entre el establishment; Eusebio era candidato por organizaciones con nombres fantásticos como el “Partido de la Menestra” (la menestra es un plato “del pueblo” en la costa ecuatoriana) y el “Movimiento de Agnósticos Independientes”.

Si entretuviera la posibilidad de una sociedad auto-organizada de manera cibernética y psicodélica, ¿qué tipo de sociedad sería esta?

 

4.      OTRO origen de la cibernética

La aparición de “Cibernética: Control y Comunicación en el Animal y al Máquina”, publicado en 1948 por Norbert Wiener, suele considerarse como la fecha de nacimiento de esta particular forma de tecno-filosofía que iba a modelar, en gran medida, el futuro hasta nuestros días. En realidad el libro había sido precedido por un paper de 1943 titulado “Comportamiento, Propósito y Teleología” del que Wiener fue coautor junto a Julian Bigelow y el científico mexicano Arturo Rosenblueth quien, según algunos historiadores, sería quien condujo a Wiener a comprender la relevancia de la homeostasis; y, es que, gracias a una de las primeras becas de investigación disponibles para científicos latinoamericanos, Rosenblueth fue investigador en Harvard, en el laboratorio de Walter Cannon, quien acuñó el término “homeostasis”.

Arturo Rosenblueth y Norbert Wiener en México.

Confirmando la influencia de su colega mexicano y la amistad profunda que les unía, al abrir el célebre libro de Wiener, uno se encontrará con que este está dedicado a Rosenblueth.

La homeostasis es esencial para que exista vida en nuestro planeta. Esta se refiere a los múltiples procesos de autorregulación de un organismo que, mediante ajustes contínuos, logra el equilibrio dinámico que le permite estar vivo; por ejemplo, la manera en que nuestra temperatura corporal se modifica acorde al clima. Según Wiener, las máquinas también debían funcionar bajo principios homeostáticos, es por ello que, el aire acondicionado en nuestra casa se autorregula para mantener cierta temperatura dentro de la habitación a pesar de que afuera el clima cambia incesantemente. A este proceso de autorregulación la cibernética llamó control. El particular uso de esta palabra, tan cargada de connotaciones autoritarias, ha provocado innumerables malentendidos ya que a muchos les ha sugerido que el “control cibernético” es lo mismo que el “control patriarcal” de quien impone sus planes. No lo es. Esto tampoco debería sugerir que las premisas y métodos de la cibernética deban ser beatificados.

Entonces, la cibernética consiste en comprender, diseñar, y crear sistemas homeostáticos; el origen de estos puede ser tanto biológico como artificial, y su escala puede ser tan diminuta como una célula o tan épica como la atmósfera terrestre. De la disrupción cibernética emergen infinitas utopías que transitan de la ecología, a la robótica, a las comunas hippies, a los satélites, al Bitcoin.

Todos estos sistemas, tan radicalmente diversos, rebasan los dominios de cualquier campo académico específico. Es por ello que a la práctica cibernética se la entiende mejor como una matriz abierta, trans-disciplinaria, en la que convergen personas con experticias y curiosidades diversas. Así, desde sus inicios, ocho décadas atrás, los grupos cibernéticos incluyeron desde antropólogas como la influyente Margaret Mead hasta ingenieros en robótica como William Grey Walter. O, mejor descrito en las palabras de Stafford Beer,“la cibernética tiene sus orígenes en los primeros años de la década de 1940 cuando un grupo de distinguidos científicos se reunió en México, (…) precisamente, debido a que en este eminente grupo cada uno era experto en un área diferente encontraron que era difícil tener claridad en la conversación. Entonces decidieron elegir un tópico que fuera del interés de todos pero de la experticia de nadie”. Así, Beer, quien en 1971 se convirtió en mentor del proyecto Cybersyn, nos recuerda acerca de la diversidad imprescindible para acercarnos a sistemas complejos, mediante enfoques que solo pueden emerger de este tipo de ecosistemas trans-disciplinarios, y no de racionalidades lineales y jerárquicas.

Finalmente, quisiera comentar por qué me he interesado de manera especial en Rosenblueth. Entre varias razones, porque mediante su legado podemos registrar un asunto fundamental que late en el transfondo de esta historia: en Latinoamérica necesitamos más científicas y menos políticos profesionales. Nos falta más memoria –pero no esa memoria obtusa de héroes nacionales y mártires (o como alguien dijo, “que dios nos libre de los héroes”)–, nos faltan modelos mortales que nos permitan interiorizar un imaginario más diverso con el cual construir nuestro horizonte común. Mientras nuestra vida social siga determinada por abogados y administradores; mientras la producción de conocimientos y tecnologías esté relegada a pequeños nichos académicos y de emprendimiento (donde nuestros geeks hacen milagros con pocos recursos); no existe la más mínima posibilidad –un cero absoluto– de cambiar nuestras oxidadas estructuras de castas coloniales, exclusión financiera de las mayorías, y destrucción acelerada del planeta.  

El péndulo solo podrá ser alterado por medio de ideas, herramientas, y afectos que no existen en los mapas ideológicos del espectro político tradicional: ese fantasma tedioso que transita del comunismo al neoliberalismo pasando por una amplia escala de grises. Todas ideologías irrelevantes para nuestro tiempo, y que solo sobreviven porque la nostalgia es más común que la imaginación.

Antes de continuar quisiera aclarar que cuando hablo de ciencia no me refiero exclusivamente a la ciencia moderna sino a aquello que llamo ciencia expandida. En este lado del mundo la ciencia empieza miles de años atrás –incluso antes de las matemáticas mayas y la arquitectura nazca– cuando comunidades cuyos nombres desconocemos aprendieron a entretejer su vida con los ciclos ecológicos del planeta, algo que excede aquello que términos utilitarios como “caza” y “recolección” quieren describir pero no lo logran. Si reconocemos entonces que por ciencia nos referimos a interfaces para relacionarnos de manera sistemática con la realidad, podemos entender esta expansión del concepto como una matriz donde caben la ciencia moderna, cosmologías indígenas, o la cibernética. No se trata de convertir el término “ciencia” en una plasta amorfa new age en la que caben todos los ingredientes de nuestro antojo, no, se trata más bien de expandirla cuidadosamente, más allá de sus límites occidentales, para que llegue a ser realmente planetaria.


5.      ETHSPIRITUAL

 

Nuevamente, inhala de manera profunda por medio de la nariz. Visualiza cómo las criptomonedas en tu billetera virtual suben de valor. Ahora, exhala por la boca.

Parte de una meditación durante el evento Well-Being in Web3 Summit, parte de la Conferencia Ethereum, Ámsterdam, Abril de 2022.

 

En días recientes le dediqué horas innombrables a asistir a varias ponencias y eventos de la Conferencia Ethereum que tuvo lugar en Ámsterdam. Francamente, me siento intoxicado y no por fumar pot, que es legal y abundante en la ciudad, sino por consumir tantas cripto-fantasías. Envuelto en la más chata jerga de auto-ayuda, el mundo cripto es anunciado como una nueva forma de capitalismo mesiánico: mucho más especulativo y, paradójicamente, afirma ser más incluyente. Entonces, no es una revolución contra el sistema sino una cirugía que le permitiría al mismo capitalismo sobrevivir pero dotado de un nuevo esqueleto decentralizado. A ese nuevo esqueleto se lo llama “web3”, en contraposición a la web1 (bastante estática de los 90s) y la web2 (más participativa pero completamente controlada por un puñado de corporaciones, como Google y Facebook). Así que hoy, para sacarme la resaca (“el chuchaqui” como decimos en Ecuador) que me provocó tanta cripto-profecía salí por una larga caminata con mi perra, un ser maravilloso llamado “Maggie”; al rato me puse los audífonos, y quizás en búsqueda del balance necesario, quizás para recordarme que el mundo es mucho más que slógans prometiendo metaversos de abundancia financiera, terminé dándole click a un playlist de Violeta Parra. Encontrarme con su voz siempre me despierta una mezcla de intimidad y furia, de vitalidad. Y así, acompañado por ella cantando “...lo que puede el sentimiento, no lo ha podido el saber...” la resaca fue cediendo; bueno, fue cediendo a la confusión. Siempre es posible que esta confusión, causada por la infusión de ideas tan divergentes, concluya en cinismo; pero, para mí ha sido una estación provisional de donde, poco a poco, va emergiendo un tipo de claridad que cuestiona mis inútiles dogmatismos ideológicos. Y, esta claridad emergente, que no puede ser mapeada con las etiquetas normativas de la política convencional –igual de izquierda que de derecha– corre el riesgo, al ser comunicada, de percibirse demasiado socialista para los libertarios y demasiado libertaria para los socialistas, y ni lo uno ni lo otro para el centro político.

Este texto es precisamente un intento por saber qué pasa cuando uno mezcla, digamos, 50% de pensamiento decolonial con 50% de Ethereum en una solución inestable.

Ethereum (ETH) es la segunda blockchain más importante del mundo, luego de Bitcoin (BTC). La diferencia entre ambas puede resumirse en que a Bitcoin solo le interesa ser dinero digital de alta calidad –cualquier otra función, según los “maximalistas” de bitcoin, entorpecería su misión de consolidar este standard de “oro digital”–, mientras que a Ethereum le interesa agregar otras funcionalidades más a su dinero digital, lo llaman “dinero programable” o “contratos inteligentes”, así que esta blockchain puede alojar cualquier tipo de código dentro de sus transacciones. De allí fue que surgió la idea de insertar archivos digitales como imágenes o canciones (NFTs) dentro de la blockchain. En realidad, aunque BTC y ETH son blockchains completamente independientes entre sí, de manera estratégica pueden ser vistas como complementarias antes que antagónicas: mientras Bitcoin es una reserva de valor, Ethereum es una base de datos en la que fluye, precisamente, esta nueva forma de internet decentralizada, la web3. Aunque existen miles de blockchains, la gran mayoría de estas son variantes o clones de BTC o de ETH, reconociendo que hay proyectos como Cosmos, Avalanche, Polkadot o Algorand que presentan perspectivas fascinantes.

Este puede ser el momento ideal para contestar una pregunta que quizás usted tiene desde el inicio del texto, ¿cuál es la diferencia entre blockchain y criptomoneda? O, más bien, ¿Cómo se relacionan?. Ya que toda blockchain es un cuaderno de contabilidad –abierto y digital–, las transacciones que allí se van a realizar requieren, precisamente, de una unidad monetaria propia. Por ello, toda blockchain tiene su propia unidad monetaria nativa, o sea, su propia criptomoneda, que permite eficiencia en las transacciones ya que mediante su uso la blockchain no requiere confirmar sus movimientos financieros con entes centralizados externos, como Visa, Mastercard, o el banco central de un gobierno; y, adicionalmente, la emisión –o “minería”– de la criptomoneda se hace mediante un sistema democrático del que puede participar cualquier persona que cumpla con los protocolos establecidos. Resumiendo, cada blockchain tiene su propia criptomoneda.

Mientras continuaba en mi caminata, la voz de Violeta Parra me recordó al oído que hay una curiosa conexión entre ella y el proyecto Cybersyn. Aunque Violeta murió en 1967 –tres años antes de la victoria de Allende–, fue su hijo Ángel quien compuso una canción titulada “Letanía para una computadora y para un niño que va a nacer” en honor al proyecto cibernético chileno; va así:

Hay que juntar toda la ciencia / antes que acabe la paciencia / de los millones que esperan / pan y justicia en la tierra.

Hay algo en el lenguaje directo que habla de “pan y justicia” que me sigue pareciendo necesario aún si parece apropiado de una marcha obrera de inicios del siglo 20. Hoy es más común encontrarse con un lenguaje blando que habla de “bienestar”, una palabra abusada por cierta espiritualidad que acompaña al capitalismo aspiracional auto-explotador de nuestra época. Yo medito, yo soy más eficiente, yo me auto-exploto. Por ello, quizás como un acto de antropología mórbida o por simple curiosidad, uno de los eventos de la Conferencia Ethereum a los cuales asistí se titulaba Well-Being in Web3 (Bienestar en la web3).

La Conferencia Ethereum tenía una gran variedad de eventos enfocados en diferentes públicos, que yo los clasifico en cuatro grupos: los curiosos (que aún no saben nada del rollo pero escucharon que en ese mercado es fácil hacer plata), los entusiastas (que ya se creen completamente los cripto-mitos), los geeks (programadores que tratan de crear aplicaciones que hagan uso de la tecnología blockchain), y los empresarios (que entienden cómo usar las estrategias de la decentralización para ampliar su base de clientes, y saben cómo usar esa jerga para extraerles más dinero). En este tipo de conferencias es difícil encontrar algo de pensamiento crítico, de hecho en el mundo cripto a esta actitud cuestionadora se la llama “FUD” (“Miedo, Incertidumbre y Duda”, por sus siglas en inglés), un término derrogatorio que indica que la crítica debe ser evitada a como de lugar ya que no corresponde con el “espíritu positivo de la comunidad”, como suelen decir los community managers de los canales de Telegram o Discord en donde se concentran las diferentes comunidades cripto. Este tipo de positividad tóxica no es un invento genuino del mundo cripto sino que ha sido apropiado de la lúgubre cultura de las empresas de márketing multinivel, como Herbalife o Avon, que usan esquemas piramidales que, prometiendo inclusión económica a personas de escasos recursos, en realidad producen pérdidas a la mayoría de vendedoras. En este contexto, un community manager puede ser descrito como un pastor pentecostal de cripto, uno de esos apóstoles de alguna secta brasileña que te prometen que te vas a volver próspero si tienes la fe necesaria para invertir tus dólares en los tokens invisibles que la iglesia le provee a tu alma por medio del Espíritu Santo Network. ¿Y tú, ya invertiste en los nuevos Pare de Sufrir tokens?.

Si usted está creando algún proyecto de web3 solo le tengo una recomendación, no use este tipo de mecanismos piramidales, no use ninguna de las nefastas ideas de la “ponzi-economía” tan normalizadas en cripto. Soy de los que cree que Ethereum podría ser, en un mundo paralelo, el catalizador de cambios democráticos profundos, pero, por ahora, mientras ETH no desanime claramente el uso de este tipo de esquemas, simplemente está exacerbando la creación de un futuro distópico. Es importante notar que hay una pequeña revuelta ética dentro de Ethereum; unos cuantos personajes influyentes se han vuelto más críticos. Vitalik Buterin, el mismísimo creador de ETH, quien es un ser absolutamente fascinante, ha salido al paso a cuestionar la especulación que, de manera abrumadora, habita esta blockchain. Tengo una gran admiración por la capacidad imaginativa de Vitalik, su premisa de que Ethereum será una computadora universal accesible para todos los seres humanos, es tremendamente inspiradora, aunque ya llevada a la práctica esta idea ha sido poco más que un gran casino usado para diferentes formas de especulación financiera. Por ello no fue una sorpresa que una reciente portada de la revista Time mostrase una imagen de Vitalik con el título “El príncipe de cripto tiene preocupaciones”.

Buterin tiene la esperanza de que Ethereum se convierta en la plataforma para todo tipo de experimentos sociopolíticos: sistemas de votación más justos y transparentes, planeamiento urbanístico, ingreso básico universal, y construcción de servicios públicos. Sobre todo, que sea una plataforma que opere como contrapeso a regímenes autoritarios y que altere el dominio absoluto que Silicon Valley tiene sobre nuestras vidas digitales. Pero, él reconoce que esta visión del poder transformador de Ethereum está en riesgo de ser destruída por la codicia.

Reportaje de la revista TIME (marzo-abril 2022)

Y no se trata solo de opiniones bien informadas, solo hace falta fijarse en los datos: tan solo 100 personas concentran el 35% de toda la riqueza circulante en ETH (esto es muchísimo peor que la acumulación de dólares en las finanzas tradicionales). O sea, pese al tan cacareado slógan de “cripto dará servicios bancarios a billones de pobres ninguneados por la banca tradicional y olvidados por sus gobiernos”, la realidad es que más del 90% de transacciones de ETH corresponden a ricos y mega-ricos, no a los pobres del mundo enviando remesas u obteniendo créditos para algún emprendimiento que reanime la economía de su barrio.

Además, nada asegura que una mayor adopción de este tecnología vaya a modificar la pésima distribución de riqueza en la economía cripto; a esto apunta un estudio de la Universidad de Limerick, en Irlanda, que demuestra con datos cómo una mayor adopción no significa que vaya a darse una mejor distribución de riqueza en las blockchains. Esto nos lleva a asumir que en este mercado la especulación financiera no es una simple característica que puede ser mitigada o reemplazada: la especulación es la sangre misma que energiza a esta y la mayoría de blockchains.

Aún así, la pequeña revuelta crítica dentro de ETH es notable y debe ser reconocida para que inspire a otros. Esta incluye, entre varios, dos proyectos prometedores –Proof of Humanity y UBI– programados, precisamente, dentro del ecosistema de Ethereum. El primero desarrolla el protocolo para proveer de una identificación verificable a los millones de personas que no tienen acceso a servicios básicos debido a que carecen de la cobertura gubernamental para proveerles de este documento. El segundo, UBI, busca crear el mecanismo para que todas las personas cuenten con un ingreso básico universal.

Durante considerable parte de su vida, Stafford Beer dedicó notable atención a la espiritualidad, y más específicamente a la tradición hindu-budista del tantra. Esta dimensión, quizás menos conocida de su trabajo, ocupa varios de sus textos empezando por un ensayo de 1965 titulado Cybernetics and the Knowledge of God y que continúa en su práctica poética, por ejemplo en el poema Computers, the Irish Sea que escribió el año previo (disculpas por mi limitada traducción al español):

Ese mar computacional verde / con toda su lógica molecular / un cerebro más grande que el mío / escribe ecuaciones espumosas (…) / a través del agua blanda de la pantalla.

Este tipo de tecno-utopía espiritual de los 60s ha desaparecido de nuestros mapas. Cínicamente se la retrata como ingenua, pero la espiritualidad corporativa que hoy se establece solo empequeñece el mundo de lo posible, de lo imposible, de otras formas de vivir más allá de la normatividad capitalista. Y yo, sentado en aquella conferencia sobre bienestar en el mercado especulativo de Ethereum, era guiado por meditaciones que me invitaban a imaginar cómo mis critomonedas subían de valor. Al final del día aún se podía disfrutar del sol, tan escaso en Ámsterdam; me encontré conversando con otros dos asistentes; un cripto-evangelista y una “investor angel” de un fondo de inversión (o sea, una “VC” o venture capitalista). Él nos explicó que pronto todos íbamos a emitir nuestros propios tókens y que aquello iba a ser una gran oportunidad financiera para muchas personas. Aunque la idea ya es algo vieja (en el mundo cripto todo envejece muy pronto) él insistía en presentarla como algo revolucionario, “esta es la puerta a la web4” nos aseguró, “un mundo financiero más inclusivo”. Le pregunté sobre cómo la gente común se iba a beneficiar de estas emisiones de infinitos tipos de tókens. “Estos tókens pueden ser el vehículo para generar liquidez”, dijo. La VC seguía sus palabras con atención, agregando con sinceridad notable “sí, es importante que le demos más oportunidades a más personas”. A mí el evangelista ya me había encendido todas las alarmas anti-scam, así que le insistí, “¿o sea que la gente mete plata o consigue otros que metan plata en su tóken para darle liquidez?”. “Sí”, me respondió. Continué, “¿o sea que con esa liquidez se ponen a especular como ya se hace con todas las criptomonedas y tóken actuales?”. “Sí”, dijo. La verdad es que yo ya estaba muy irritado y solo pude seguir empujando mi argumento. “¿Sabes que la gran mayoría de traders pierden dinero, o sea, la mayoría de gente va a perder plata?” y antes que me conteste (para este momento yo era el evangelista, aunque de causas que confundían a mis dialogantes), agregué apuntando a la calle frente a nosotros, “¿Ven esa casa y esa casa y esa otra? Poseer bienes raíces como estas casas significa poseer “activos duros” cuyo valor crece contínuamente agregando a la brecha que divide a quienes poseen activos duros de quienes no los poseemos. Cualquier dinámica financiera que se haga sin modificar este problema estructural es simplemente espolvorear azúcar encima del pastel del viejo sistema. Eso no es ningún cambio radical.”. En cuanto salí de mi trance ambos me ignoraron amablemente, la VC entonces se dirigió al cripto-evangelista “quiero colaborar contigo, debemos cambiar el mundo”.


6.      CIBERNÉTICOS REVOLUCIONARIOS (Y POBRES)

A mediados del siglo 20 se llevaron a cabo los más fascinantes experimentos para construir computadoras. No era evidente aún que las versiones digitales iban a ser superiores a las análogas; y es que los circuitos integrados y los microprocesadores, la base de nuestras computadoras y smartphones, aún estaban en fase de desarrollo.

En 1953 el gobierno democrático de Guatemala, presidido por Jacabo Árbenz, adquirió una computadora muy peculiar. Este proyecto político progresista, que buscaba desconcentrar el monopolio de tierras cultivables –el 42% de estas estaban en mano de la infame United Fruit Company, hoy paradójicamente llamada “Chiquita”–, fue una de las experiencias desarrollistas más relevantes de nuestra historia moderna, a pesar de su corta duración y de su trágico final. Dos décadas después, en el golpe de estado contra Allende reberveraba el eco del golpe de estado contra Árbenz. Ambos eventos habían sido diseñados en el centro mismo del liberalismo global, Washington DC. La computadora adquirida por el gobierno guatemalteco fue una MONIAC; creada por el ingeniero neozelandés Bill Phillips, esta extraña maravilla funcionaba con agua en lugar de circuitos electrónicos. Así, los diversos contenedores con líquido, que estaban conectados entre sí, representaban data que era computada cuando cierto volumen de agua fluía de un recipiente a otro. La versión instalada en Guatemala permitía procesar y visualizar el estado de la economía nacional. En retrospectiva, la MONIAC es una metáfora única de la relación vital entre agua y economía, tan relevante en tiempos de extractivismo generalizado. Varias réplicas de la computadora se encuentran en instituciones y museos alrededor del mundo. Debemos recordar que a pesar de que nuestra región es dependiente de la exportación de commodities (mercancías sin valor agregado, como el maíz, el cobre o el petróleo) –un rol económico que se mantiene desde la colonia– Latinoamérica tampoco ha sido un mero receptor de tecnología. Así, por ejemplo, cuenta la investigadora Edén Medina en su inspirador libro Cibernéticos Revolucionarios –exploración de la historia del proyecto Cybersyn– que una de las cartas que Norbert Wiener recibió en 1949, a consecuencia de la publicación de su Cybernetics: Control and Communication, fue enviada por un chileno “llamado Raimundo Toledo, quien pidió al afamado matemático de MIT su opinión sobre una sencilla máquina calculadora que Toledo había creado”. De allí la línea de tiempo de la computación desarrollada en el continente va a crecer caudalosamente con numerosos hitos que, me parece importante mencionarlo, han sido mapeados por el investigador David Maulén y por otros cuantos historiadores que vienen arrancándole estos episodios al olvido; es una labor de arqueología tecnológica. Por ejemplo, uno de estos episodios tendría a Adolfo Guzmán como personaje principal, quien concibió un lenguage propio de programación en 1966 y, a fines de la década siguiente, participó dentro del equipo que creó la AHR, la primera computadora creada en México. Y, aunque por varias décadas Uruguay viene siendo el mayor creador de software de la región, sospecho que este liderazgo regional hoy estará en disputa con Argentina, especialmente por su adopción de cripto y de los innumerables desarrollos con tecnología blockchain que allí se están implementando.

Estas innovaciones han sido inevitablemente contingentes a la capacidad de inversión en estas áreas –que en países como EEUU es posible gracias a inmensos subsidios estatales así como a la inversión privada– pero la capacidad de innovación también depende de los “costes de entrada”, o sea del capital requerido para establecer las infraestructuras y capacidades necesarias para que se lleven ha cabo estas investigaciones y desarrollos de manera sostenida. Por ello, en Latinoamérica es más viable que veamos innovaciones en un sector donde el coste de entrada es relativamente bajo, como el sector blockchain, que en un área como la física experimental de partículas, que se lleva a cabo en el CERN suizo, que tiene un presupuesto anual de 1 billón de dólares. Revisemos otros datos más: mientras la Unión Europea destina 2,3% de su PIB a áreas de investigación y desarrollo tecnológico, Latinoamérica les destina solo un 0,7%; y, si además consideramos que el PIB de Europa es el triple que el de Latinoamérica, la brecha es abismal. Esta brecha tiene matices más allá de lo económico ya que notemos que en nuestra región la exclusión por prejuicios étnicos, de género, y de clase social es abrumadora.

La deuda social de Lationamérica hace que pierdan tanto las personas excluidas de participación real así como los propios países al despilfarrar el potencial intelectual de la mayoría de su población. Así, si tomamos como ejemplo un país como Ecuador, 1 de cada 4 niños padece desnutrición crónica (entre la población indígena es 1 de cada 2 niños). Y, ya que la evidencia demuestra que la desnutrición crónica infantil impone severas consecuencias cognitivas, nuestra sociedad (¡nosotros!) promueve, con su abandono, el deterioro cognitivo de millones de sus miembros. Al respecto, Robert Sapolsky, el reconocido profesor de Comportamiento Humano de la Universidad de Stanford, dice que “diferentes tipos de infancia determinan diferentes tipos de adultos” y no solo a nivel psicológico sino incluso fisiológicamente ya que elementos vitales de nuestro organismo como la amígdala (que regula nuestras emociones) o el lóbulo frontal del cerebro (que modela nuestra capacidad lingüística) se “esculpen” en la infancia. Y, además, considerando la íntima relación entre desnutrición y pobreza, viene a la mente el estudio de 2013 de la Universidad de Princeton, publicado ese mismo año en la revista Science con el título Poverty Impedes Cognitive Function, que demuestra que condiciones apremiantes de pobreza pueden causar una caída de 25 a 40 puntos del IQ (coeficiente intelectual): un impacto negativo aplastante. El primer paso de cualquier política educativa en Latinoamérica es la erradicación de la desnutrición infantil y la mitigación de las peores consecuencias de la pobreza. O, dicho de otra manera, para que una niña llegue a ser ingeniera primero debe estar nutrida y vivir con alguna dignidad.

Demando que el Estado pague una indemnización por cada punto de IQ que le ha robado a la sociedad.

Con el golpe de estado de 1973, los ingenieros chilenos que formaron parte de Cybersyn fueron apresados o huyeron al exilio. Uno de ellos, Fernando Flores, al salir de prisión migró a Estados Unidos donde co-escribiría uno de los textos sobre inteligencia artificial más notables de la década de 1980, Understanding Computers and Cognition. En el otro lado del Atlántico, Stafford Beer fue transformado profundamente por su experiencia chilena, algo que el biólogo Humberto Maturana describe de esta manera, “Beer llegó a Chile como un hombre de negocios y se fue como un hippie”. Ese nuevo Beer es el que escribiría Designing Freedom, que, pienso, podría ser el manifiesto político de la web3, de la sociedad descentralizada mediante el uso de tecnología blockchain. En gran medida es Stafford Beer (y no Marx ni sus hijos ni sus nietos) una de las alternativas filosóficas al dogma liberal de Friedman, Hayek, y von Mises, tan prevalente entre los nuevos cripto-ricos.

Nuestras instituciones se caen a pedazos porque desconocen cómo organizarse efectivamente. Los administradores no saben nada al respecto y, de hecho, sus mentes están culturalmente cerradas porque (...) permanecen satisfechos con un montón de preceptos organizacionales que son el equivalente a que la física contemporánea pensara aún que la transmutación de los metales en oro es posible por medio de hechizos. (...). Las herramientas que tengo en mente son las computadoras, las telecomunicaciones [el internet], y las técnicas de la cibernética.

Stafford Beer, Designing Freedom (1974)

El potencial de la sociedad decentralizada, como modelo político de democracia inclusiva y participativa, excede el imaginario liberal. Este potencial podría superar al liberalismo como modelo de representación política, como modelo civilizatorio y económico.

7.      METAVERSEAR LA POLÍTICA


CONVERSACIÓN

arte, educación artística, y filosofía > lupe álvarez y Oscar Santillán

PODCAST

PETRICOR #2: ENTRE RÍOS Y BLOCKCHAIN > Oscar Santillán

Conversando sobre arte, política, cibernética y blockchain con lxs colegas de la revista audible de arte contemporáneo PETRICOR.
Gracias a Sofía Acosta y Juan Carlos León por su generosidad intelectual. Más información sobre PETRICOR [link].

PODCAST

PROTOTIPOS PARA NAVEGAR: CÓMPUTO ANCESTRAL

En este capítulo de la serie Prototipos para Navegar, el artista y cibernetista Oscar Santillán conversa acerca de la importancia de volver a tejer parentescos con los saberes ancestrales, a todo aquello previo a la cultura de consumo y extracción que nos ha traído al desastre en el que estamos y también tejer de otra forma nuestra relación con los no humanos.

PUBLICACIÓN

La luz del sol menos una luciérnaga

OSCAR SANTILLÁN

Monumento en Yokohama, Japón, conmemorando la Expedición Astronómica Mexicana de 1874.

“… Unos mil años antes, Mesoamérica había tenido épicos observatorios, tratados de astronomía, y cientos o miles de expertos que estudiaban y computaban el movimiento de los astros, aunque todo esto lo desconocían los cinco hombres que posan en aquella foto de 1874; aún en aquel año la antigua civilización Maya era apenas una sombra soterrada bajo inmensas selvas…”

TEXTO CRÍTICO

DANZA ENTRE CONSTELACIONES

CUAUHTÉMOC MEDINA

‘Malling-Hansen’ typewriter owned by German philosopher Friedrich Nietzsche. This device was the starting point for Santillán’s Afterword.

“…Tomando como punto de partida un dato sorprendente de la cultura y la historia (las más de las veces, de hecho, aprovechando la abundancia de prodigios en la geografía e historia del continente americano), Santillán ha venido generando un arte sui generis […] en una línea de fuga poética.”

ENTREVISTA

marcela chao (Mars archive) en conversación con OSCAR SANTILLÁN

Discutiendo sobre inteligencia artificial, edición genética, y viajes espaciales.

ENTREVISTA

AMANDA DE LA GARZA EN CONVERSACIÓN CON OSCAR SANTILLÁN

Conversación en el contexto de la exposición ‘Mácula’, en el MUAC, curada por de la Garza, en la que Santillán presentó proyectos recientes como ‘Baneque’, ‘Afterword’, ‘Solaris’, ‘Phantom Cast’ y una serie de textos realizados a modo de las antiguas tabletas cuneiformes.